Se debaten con mucha frecuencia
cuáles serán los mejores caminos para con-cretar si estamos
avanzando hacia sistemas alternativos de vida o si seguimos en estos
sistemas cuyos indicadores pronostican mayores cuotas de
desigual-dad, de despilfarro o de unos recursos que se agotan. El
presente artículo pretende avanzar más allá de los debates de unos
principios filosóficos enfrenta dos, polarizados, que todo lo fíen
a lo bueno o lo malo, sin los matices que toda situación compleja
nos plantea.
En la actual fase del capitalismo,
tanto el neoliberalismo como los neokey-nesianismos que no rompen con
la estructura básica de la financiarización y la especulación de
los capitales globales nos dejan claro lo que no sirve ya para la
humanidad. No creo que se tenga que seguir argumentando que la
especulación financiera e inmobiliaria, por ejemplo, sean caminos
para resol-
ver los problemas que nos han creado.
Es posible que no sepamos bien a dónde debemos ir colectivamente, y
este es el punto de partida del debate que proponemos, pero sí
sabemos bien en qué aspectos ya no nos pueden engañar.2
Tomás R.Villasante, CIMAS
Johan Galtung, José Manuel Naredo,3
entre otros autores, van más allá en sus análisis de la división
de posiciones entre el Mercado del Capital y la Administración del
Estado. Superan el debate de si quien debe consumir es el Estado para
redistribuir el excedente, o si se deja el excedente en manos de las
fuerzas económicas dominantes. Lo que plantean es que hay una
pirámide en cuya cumbre está la financiarización por encima de los
demás elementos de poder de producción, de consumo o de regulación.
Una financiarización que está construyendo unos poderes globales,
sobre la base de
la especulación con un dinero
artificialmente creado, que entra en contradicción con la propia
producción real y hasta con el consumo de la mayoría de la
población del mundo. Las mediciones en términos financieros o
monetarios ofrecen una descripción de la realidad muy diferente que
si recurrimos a mediciones en términos de producción real física,
o en términos de puestos de trabajo y de consumos de productos
básicos. En la parte inferior de lapirámide hay otros aspectos que
ni siquiera se pueden medir en términos económicos convencionales,
como las labores que se realizan en el ámbito doméstico o la ayuda
que se ofrece voluntariamente a las comunidades, la productividad de
los pro-comunes o de los ecosistemas naturales.
Este esquema piramidal también es
referido por textos de pensadores de raíz indígena4
que contraponen los movimientos del
sumak kawsay o del suma qamaña en las zonas andinas. Hacen una
crítica del capitalismo y las formas de vida y consumo que
introducen en las comunidades tradicionales, pero también del
“socialismo” entendido como una presencia del Estado
modernizador” que les quiere sacar de sus formas de convivencia y
meterles en la lógica de desarrollo occidentalizado. En estos casos
la crítica a las formas de medir no solo se extiende a los
indicadores de consumo del mercado, sino también a los indicadores
de educación o de las infraestructuras que no respetan sus formas de
conocimiento o de habitar los espacios, y por tanto al Estado que las
promueve. (Veáse ilustración «Luchas de laPirámide y los
Manglares» en página siguiente).
En este esquema, aparte de la pirámide
dominante citada (que se basa en clientelismos y explotaciones,
rivalidades, miedos, patriarcados y fetichismos), aparecen desde
abajo los “manglares” de las construcciones alternativas.
Movimientos del “buen vivir” y “ayuda mutua”
con sus cargas de “creatividad
social”, que se mueven entre sus productividades (monetarizadas) y
las actividades no monetarias (pero insustituibles para la
reproducción social). Estas economías populares y solidarias son
muy diversas y no están exentas de las contradicciones ya señaladas
que aprovecha la misma pirámide dominante. Pero he querido señalar
también la tensión hacia otras formas de articulación solidaria
que interesaría conocer mejor, y tal vez medir, para distinguir
dentro de los movimientos emergentes los sentidos alternativos que
realmente se están construyendo (banca ética, mercados justos,
trabajos cooperativos, onsumos responsables, servicios participados,
o tecnologías apropiadas).
La imagen de los “manglares
emergentes” parece adecuada si se piensa que surgen desde la
tierra-lodos que no se ven (no se contabilizan), mantienen una gran
vida vegetal y animal bajo el agua y en la parte aérea, y además
son vistos por los turistas como fenómenos exóticos (muchas veces
sin percibir que son la cuna de la vida). Crecen por sí mismos si
nadie los destroza, aún con las contradicciones que tienen
internamente, y en ese sentido pueden ser una metáfora útil de la
labor de los movimientos populares que surgen entre los humanos. Sus
raíces están en la propia naturaleza de los ecosistemas, en los
procomunes biodiversos y en evolución, con sus catástrofes y
depredaciones incluidas, pues no conviene idealizar ni a la
naturaleza biológica ni a los movimientos pro-comunes. Cabe ponderar
y hasta medir estos procesos pero desde sus propias lógicas, tal
como queremos sugerir.
Dentro de estas luchas conviene
distinguir entre las propuestas alternativas que se vienen
debatiendo, aunque sea con conceptos no muy precisos o
contradictorios, como es el caso del desarrollo sostenible, de las
alternativas al desarrollo, del ecosocialismo, del decrecimiento, del
convivencialismo, del suma kawsay o buen vivir, del swaraj o
autogobierno gandhiano, etc. En muchos de estos debates, frente a
sistemas tan burdos de medidas como el PIB o la renta per cápita, se
contraponen principios de la ideología correspondiente, pero no
sistemas de medición o índices que puedan dejar en evidencia las
diferencias patentes con el actual modelo de especulación financiera
o de destrucción de ecosistemas. Por los resultados del PIB o de la
renta per cápita ya podemos establecer que solo abarcan una parte
muy pequeña de los intereses generales de la gente e, incluso, que
van en contra de muchas de las necesidades más sentidas. Si tenemos
en cuenta que una guerra puede aumentar el PIB, igual que puede
hacerlo la producción de un desastre ecológico, es fácil ver las
contradicciones en las que nos sumerge esta forma de medir el
progreso. No siempre se ha tratado de tener más de todo, muchas
sociedades se han regido por buscar “lo mejor” antes que “lo
más”, la calidad (de vida) antes que la cantidad (nivel de vida).
Algunos indicadores internacionales
tratan de mezclar los índices tradicionales y otros menos
economicistas, como el caso del Índice de Desarrollo Humano (IDH)
del PNUD, insirado en las definiciones de desarrollo de Amartya Sen.5
Pero si se comparan los resultados por países de este índice y el
del PIB per cápita se puede comprobar sospechosas coincidencias, lo
que da que el PIB siga mandando a pesar de sus contradicciones. Por
ejemplo, los países de Oriente Medio están muy por delante de los
latinoamericanos. Pero si este índice se corrige con el factor de
desigualdad interna, entonces solo los países europeos destacan, y
caen países como Canadá, EEUU, Israel o Corea de Sur, y mucho más
caen los países de Oriente Medio. Todo depende de los criterios que
se apliquen a la priorización de unos aspectos sobre otros en las
mediciones, y que dependen de intereses y de elementos culturales. En
esta línea suelen estar los que tratan de medir la pobreza, o los
indicadores de “barrios vulnerables”.
En otros casos directamente se
desmarcan hacia el “Índice de Felicidad Bruta” en Bután, y en
general quienes rechazan los índices macroeconómicos
convencionales. Es el caso del Índice de Planeta Feliz, de la New
Economics Foundation,6 que prioriza medir la expectativa de vida, la
percepción subjetiva de felicidad y la huella ecológica. Según
este índice, ocupan los primeros lugares los países del Caribe
(Colombia, Costa Rica o Cuba), muy por encima de EEUU y Rusia, en la
franja inferior se sitúan los países centroafricanos. En algunos
casos, como suele ser la tendencia de bastantes de los inspiradores
indigenistas del buen vivir, lo que se plantea es si tiene sentido
medir elementos tan subjetivos y vivenciales, que se escapan
necesariamente de parámetros objetivos. Entremos en estas cuestiones
previas y luego veamos cómo se pueden realizar mediciones que
resulten eficientes para las comunidades respectivas.
Por un lado, tratar de medir de forma
universal con los mismos parámetros solo sirve para comparar
situaciones que tenga sentido que puedan competir entre sí. Tanto si
es en felicidad o en producción, etc. Pero, ¿qué sentido tiene
establecer estos rankings? ¿Para qué quiero saber si soy más feliz
que el otro, o si tengo más zonas verdes o una mayor producción que
los vecinos? Desde una lógica competitiva puede verse como un
incentivo, pero desde una lógica de mejor convivencia no tiene mucho
sentido. Será más lógico pensar en términos locales y
procesuales. O sea, si dadas mis condiciones locales de partida he
mejorado en estos años o al revés, he retrocedido sobre mis propios
valores de referencia, y no tanto comparar con los valores de otras
comunidades o situaciones diferentes. De igual modo, cuando se hayan
superado determinados índices, habrá que irlos cambiando para
ajustarlos a las necesidades de cada momento y lugar.
1 Actualmente es asesor en el Proyecto
«Elementos que motivan la participación social», Programa
ACOR-DES, Universidad de Cuenca (Ecuador), financiado por el Programa
Prometeo de la SENESCYT.
2 En este texto no voy a argumentar
este postulado, dándolo por un punto de partida, pues en otros
textoscreo que ya se documenta suficientemente en T. R. Villasante,
Redes de vida desbordantes. Fundamentospara el cambio desde la vida
cotidiana, Los Libros de La Catarata, Madrid, 2014.
3 J. Galtung, Hay alternativas, Tecnos,
Madrid, 1984; J. M. Naredo, Economía, poder y política. Crisis y
cambio de paradigma, Díaz&Pons, Madrid, 2013.de relaciones
ecosociales y cambio global
4 A. Oviedo, Qué es el sumakawsay.
Vitalismo andino: cosmocimiento de la vida, Garza azul y Sumak
editores, La Paz, 2012; E. Gudynas, O. Álvarez Medina, Bifurcación
del buen vivir y el sumak kawsay, Ediciones Sumak, Quito, 2014.
5 A. Sen, Nuevo examen de la
desigualdad, Alianza Editorial, Madrid, 2004.