Debate
en los Andes
El
debate que vivimos en los Andes y el mundo sobre el buen vivir nos
puede servir de ejemplo de estos debates y propuestas. El mismo
debate sería aplicable a medir el “desarrollo sostenible”, el
“decrecimiento”, la “convivencialidad”, o la calidad de vida.
Una primera cuestión es si vale la pena establecer mediciones en
cuestiones que tienen mucho de subjetivo.
Y
hay que reconocer como cierto el carácter subjetivo para cada
cultura de la mayoría de estos conceptos. Lo cierto es que hay que
tener en cuenta que si no precisamos parámetros más o menos
concretos, tendemos a debatir sobre principios, terreno que torna en
ideológica, cuando no sectaria, la interpretación de estos
conceptos. Por ejemplo, el concepto de “desarrollo sostenible” se
utiliza para todo y tanto se usa para justificar el capitalismo verde
como propuestas opuestas al capital, hasta el punto de que casi ya no
quiere decir nada. Y lo mismo nos empieza a suceder con el término
“buen vivir” que lo utilizan tanto algunos gobiernos
extractivistas como también las comunidades indígenas
antiextractivistas. El resultado es que se acaba discutiendo sobre
cuáles serán las intenciones ocultas de unas posiciones u otras,
por ejemplo, y no se concreta en cada caso.
El
debate por los conceptos y las definiciones es eterno. Una posible
salida es pensar que solo cabe renunciar a medir y concretar, y dejar
a la vivencia de cada cual lo que quiera creer. Sin embargo, esta
opción no contribuye a una construcción colectiva y permite que los
más poderosos puedan irse apropiando de todo lo que va emergiendo de
la sociedad, como viene ocurriendo en la actualidad. Otra salida es
plantear la construcción de nuevos conceptos más precisos cada vez,
y que se puedan concretar de manera que se pueda indicar dónde están
los fallos y los avances en cada caso. Si reflexionamos un poco no
hay nada tan subjetivo que sea de una sola persona, sino que casi
todo es intersubjetivo, es decir, suele ser una construcción
colectiva de grupos y redes en que nos retroalimentamos. Y más bien
dentro de cada grupo o red se suelen hacer comparaciones y
evaluaciones (antes y después, mejores o peores) para ver cómo se
va evolucionando.
El
concepto de “desarrollo sostenible” se utiliza para todo hasta el
punto de que casi ya no quiere decir nada.
Y
lo mismo nos empieza a suceder con el término “buen vivir”
En
el caso del buen vivir la corriente más indigenista o “pachamamista”
construye ahora argumentos para distanciarse del concepto que manejan
los gobiernos de Ecuador o Bolivia, que tratan de medir en términos
más convencionales sus Planes del Buen Vivir. El tercer Plan del
Buen Vivir de Ecuador, por ejemplo, ya incluye indicadores que los
primeros planes no incluían. Esto es un valor a su favor frente a
los anteriores (para que al menos se pueda rendir cuentas), pero
también un compromiso más concreto que puede conllevar críticas.
Tanto por lo que propone medir como por lo que olvida y, después,
por los resultados que consiga. Pero es precisamente ahí donde se
ven las diferencias con los conceptos originarios de sumak kawsay.
«Dime lo que te interesa medir y te diré qué quieres», sería la
crítica de los cambios de orientación que aprecian estos
movimientos en los gobiernos.
Dado
que desde las posiciones de que el sumak kawsay no se debe medir sino
solo vivenciar, estas pierden un punto de mayor concreción en la
crítica para el cambio. El debate desde las vivencias se queda en lo
personal y en la conciencia de cada cual, lo que dificulta el avance
en la construcción colectiva.
No
obstante, hay puntos muy interesantes en las aportaciones sobre el
sumak kawsay que vienen desde las posiciones más indigenistas o
“pachamamistas”. La primera cuestión es que sin los movimientos
de base indígena nada de este debate se hubiera producido en estos
términos de relaciones ecosociales y cambio global
El
debate sobre el buen vivir y los problemas-caminos, al menos
en los Andes. Aunque también es verdad que en los últimos años ha
habido bastantes divisiones internas y esto dificulta establecer si
cuando hablamos de buen vivir hablamos de «convivir en armonía con
la naturaleza y la comunidad», o si hablamos de «salir de la
pobreza con carreteras y educación occidental», o unas terceras o
cuartas posiciones híbridas.
En
cualquier caso, el sumak kawsay ha supuesto una crítica al
desarrollismo capitalista y al socialismo estatalista (recuperando el
ayni como reciprocidad), como defienden sus principales autores.7 Y
también una crítica a la filosofía subyacente euro-céntrica y
neo-colonial. Para
Atahualpa
Oviedo (Ecuador) y Javier Medina (Bolivia), por ejemplo, la lógica
aristotélica del «tercero excluido» queda superada por las
«ecosofía» (Estermann) «tetrádica» (Oviedo) andinas.
De
ahí deducen muchos de ellos que al ser una vivencia personal y
comunitaria, no cabe «establecer indicadores del buen vivir» por
llevar a un «tecnicismo sin criterios». ¿Pero y si fuera con los
criterios de la propia comunidad? Esta corriente de interpretación
del sumak kawsay o suma qamaña tiene algunas contradicciones
internas que deberían aclararse mejor. Por ejemplo, citan a los
pueblos originarios (incluso a los no contactados, ¿cómo pueden
saber lo que piensan?) como fuente de esta sabiduría. Sin embargo,
parecen evidentes las grandes diferencias de estos pueblos, tanto con
el imperio Inka como con el EZLN de Chiapas, a los que también citan
como referencias. Más que una sola posición parece haber una
pluralidad de interpretaciones híbridas, tanto por la evolución
histórica como por la diversidad geográfica y cultural.
Es
cierto que damos la razón a numerosos autores actuales del
posdesarrollo y de la poscolonialidad en sus críticas al capitalismo
desarrollista y al pensamiento eurocéntrico, y así lo reconocen con
sus citas. Pero esto es un argumento para un mestizaje creativo con
muchas de las dialécticas orientales y de los avances de la física
y la biología de los sistemas emergentes, y no tanto para la defensa
de una sola interpretación del buen vivir. Criticar la Constitución
del Ecuador como una «mezcla irrespetuosa» para el buen vivir
parece tanto como erigirse jueces de su pureza “ontológica”
(¿esto no es un occidentalismo, nada relacional?). Construir un
«vitalismo universal» o un «corazonar» nos coloca en un saber por
abducción o chamánico, ¿más para los “iniciados”?
¿Qué
hacer a partir de las comunidades indígenas que mezclan casi todo lo
que les cae? ¿La «vivencia es una sola» y «ya está decidida»o
el buen vivir «no es uno solo y homogéneo»? ¿Se critica a la
«izquierda progresista» porque cambia de conceptos al estilo
posmoderno muy rápidamente, o como se afirma un poco más abajo, por
la repetición reiterada de las consignas del Partido y del Estado?
Para ser coherentes con criticar los dilemas eurocéntricos no
deberíamos caer en simplificar en dos posiciones la crítica. La
posición aristotélica del «tercero excluido» deberíamos
superarla siendo más inclusivos. Tanto con posdesarrollistas como
con las comunidades indígenas y mestizas, disputando el sentido del
buen vivir y del sumak kawsay a las tendencias más encubridoras del
estatismo y el capitalismo.
Posiciones
constructivas
Junto
a las corrientes más “pachamamistas” o las más “estatalistas”,
hay otras que se debaten en cómo concretar los valores alternativos.
Desde posiciones constructivas e integradoras queremos entrar en la
crítica de los parámetros a medir, que son más difíciles de
encubrir que el debate sobre los conceptos. Es una forma de obligar a
aterrizar los conceptos más allá de meras discusiones nominalistas
por algunos autores. Si bien tiene interés el debate sobre los
conceptos, puesto que introduce mayor precisión en lo que se quiere
construir, lo cierto es que tarde o temprano los poderes se apropian
de los conceptos y los van descafeinando para adaptarlos a sus
intereses. Así pasó en décadas pasadas con el ecodesarrollo, el
desarrollo a escala humana, el desarrollo sustentable, el
eco-socialismo,y seguramente con las alternativas al desarrollo
también pasará. El cambiar a otros conceptos más fuertes como el
del decrecimiento, sumak kawsay, swaraj, etc., no va a garantizar que
no se apropien o adulteren más allá de su sentido original.
La
obligación de quienes queremos transformar la sociedad y caminar por
una transición hacia una vida pro-común y sustentable, es ir
poniendo nuevos retos conceptuales y tratar de que se vayan
concretando en la vida cotidiana. Aun sabiendo que seguramente serán
cooptados y manipulados, pero luchando porque sean lo más precisos y
concretos posible, de manera que nos ayuden a mejor-vivir. A finales
de los años noventa en Buenos Aires me publicaron dos libros bajo el
título de Cuatro redes para mejor-vivir (1998), donde argumentaba
ese concepto, que entonces se planteaba como crítica al concepto de
“bienestar” y sus medidas. No se trataba ya entonces de tan solo
“estar” pasivo en un Estado que redistribuye, sino de “vivir”.
No se trataba de esperar a que el capital o el Estado nos
facilitaran“estar” aunque fuera bien, sino de vivir o mejor aún
convivir, con unas posiciones pro-activas hacia los semejantes y
hacia la naturaleza, poder ser protagonistas de nuestras vidas en
común.
El
“estar” en la versión “pachamamista” es un estar vinculado a
la naturaleza y disponible a lo que vaya apareciendo. Es sentirse
parte y no una concepción tan pasiva como la del “estado del
bienestar”. La concepción indígena del sumak kawsay es
“tetrádica” pues de relaciones ecosociales y cambio global trata
de mantener en armonía cuatro conceptos básicos: ushay (poder),
ruray (hacer), munay (querer) y yachay (saber). El estar o querer
está vinculado al «cuidado de la
Pachamama».
El hacer, a la economía comunitaria y a la comercialización y
tecnologías saludables. El poder es la organización comunitaria,
mediante la justicia y las alianzas. El saber se refiere a la
educación, a la comunicación y a los conocimientos. Estos conceptos
tomados de ECUARUNARI, son retomados por el PYDLOS, y constituyen la
base de los aspectos fundamentales que no se deben olvidar en la
comunidad.12 Veremos más adelante cómo en otros movimientos y
autores se repiten como cuatro intercambios básicos.
Desde
posiciones constructivas e integradoras queremos entrar en la crítica
de los parámetros a medir, es una forma de obligar a aterrizar los
conceptos más allá de meras discusiones nominalistas por algunos
autores El adjetivo “mejor” aunque sea con un guion
(“mejor-vivir” como lo planteaba entonces) ha recibido críticas
porque se asimila a conseguir “lo mejor” en los términos de
competen
cia
con los demás. Pero también se puede entender en el sentido de cómo
mejorar cada cual su grupo o su comunidad, no en competencia con
otros sino consigo mismo. Pero se puede cambiar por otra expresión
mejor, por ejemplo, vivir “mejor, con menos”,13 que da título a
un libro que también abunda en este tipo de planteamientos. Cuando
se plantea ahora la vida plena14 parece que se absolutiza demasiado
una sola forma de entender la vida (¿es que no ha de evolucionar
este concepto?), como si alguien o alguna ideología pueda decir cuál
es esa vida buena o plena de una vez para todas. El concepto de
mejor, mejorable, es más relativo y relacional, más cercano a lo
que puede estar en las manos de una comunidad o un grupo, o una red
del tamaño que sea, para perfeccionarse.
Desde
luego, como dice Gudynas,15 hay muchos “buenos vivires”. Y eso
les da mucha más creatividad a los procesos. Algunos son simples
formas de nombrar el desarrollo y el crecimiento con nuevos
disfraces, pero precisamente en sus aplicaciones se ve la trampa, y
algunos indicadores nos lo pueden descubrir. De ahí nuestro interés
en procurar aclarar estos aspectos. En otros casos cabe recordar que
como puedan entender el sumak kawsay, los quichua o los shuar, los
cañaris o los pueblos originarios no contactados, seguramente es muy
diferente. Y a su vez diferente de los aymaras del suma qamaña, de
los mapuches, etc. Cierto que su raíz común apunta en contra del
modelo de desarrollo de tipo occidental, pero más por negativo de
éste que por positivo. Pero también cabe entender que el imperio
Inka frente a los Cañaris tuvo sus guerras de conquista como el
imperio de Castilla-Aragón lo tuvo con Galicia o Canarias, antes de
invadir Abya Yala. No conviene mitificar ninguna experiencia como la
única referencia plena.
Entre
las muchas aportaciones a estos “vivires pro-comunes” están en
Asia la referencia al swaraj o auto-gobiernos de la comunidad que
popularizó Gandhi en su subcontinente, o las raíces taoístas o del
budismo zen que implican igualmente otras formas de vida comunitarias
y de integración con los demás seres del ecosistema. Y en
occidente-norte se ha recuperado formas de transición al
poscapitalismo como son los ecosocialismos, los decrecimientos, las
comunidades en transición, el convivencialismo, etc. Son muy
diversas las raíces de las que derivan cada uno de estos
movimientos, y no parece tener sentido destacar de todos ellos más
que su confluencia en la crítica de los desarrollismos. No es tanto
mirar hacia atrás por una esencia perdida, como mirar hacia adelante
para la posible construcción colectiva de las alternativas de
transición hacia los poscapitalismos posibles.Solo contando con las
redes cercanas, y a ser posible con las más amplias, podrán
lograrse las mejoras en la vida. Ya en los dos volúmenes de 199816
me planteaba las cua-
tro
redes colectivas o comunitarias y a distintas escalas, por lo que no
se pueden entender tan solo como opciones individuales. Se trata de
concretar los avances en común, o procomún, como se suele precisar
más actualmente o en el convivencialismo.17 Tal vez deberíamos
construir mejor el «vivir pro-comunes mejorables o creativos», para
borrar toda alusión de individualidad y de competencias con otras
formas que no fueran hacia una mejora solidaria.