miércoles, 8 de marzo de 2017

El debate sobre el buen vivir y los problemas-caminos para medir los avances en la calidad de vida y la sustentabilidad (2 de 4)

Debate en los Andes

El debate que vivimos en los Andes y el mundo sobre el buen vivir nos puede servir de ejemplo de estos debates y propuestas. El mismo debate sería aplicable a medir el “desarrollo sostenible”, el “decrecimiento”, la “convivencialidad”, o la calidad de vida. Una primera cuestión es si vale la pena establecer mediciones en cuestiones que tienen mucho de subjetivo.

Y hay que reconocer como cierto el carácter subjetivo para cada cultura de la mayoría de estos conceptos. Lo cierto es que hay que tener en cuenta que si no precisamos parámetros más o menos concretos, tendemos a debatir sobre principios, terreno que torna en ideológica, cuando no sectaria, la interpretación de estos conceptos. Por ejemplo, el concepto de “desarrollo sostenible” se utiliza para todo y tanto se usa para justificar el capitalismo verde como propuestas opuestas al capital, hasta el punto de que casi ya no quiere decir nada. Y lo mismo nos empieza a suceder con el término “buen vivir” que lo utilizan tanto algunos gobiernos extractivistas como también las comunidades indígenas antiextractivistas. El resultado es que se acaba discutiendo sobre cuáles serán las intenciones ocultas de unas posiciones u otras, por ejemplo, y no se concreta en cada caso.

El debate por los conceptos y las definiciones es eterno. Una posible salida es pensar que solo cabe renunciar a medir y concretar, y dejar a la vivencia de cada cual lo que quiera creer. Sin embargo, esta opción no contribuye a una construcción colectiva y permite que los más poderosos puedan irse apropiando de todo lo que va emergiendo de la sociedad, como viene ocurriendo en la actualidad. Otra salida es plantear la construcción de nuevos conceptos más precisos cada vez, y que se puedan concretar de manera que se pueda indicar dónde están los fallos y los avances en cada caso. Si reflexionamos un poco no hay nada tan subjetivo que sea de una sola persona, sino que casi todo es intersubjetivo, es decir, suele ser una construcción colectiva de grupos y redes en que nos retroalimentamos. Y más bien dentro de cada grupo o red se suelen hacer comparaciones y evaluaciones (antes y después, mejores o peores) para ver cómo se va evolucionando.
El concepto de “desarrollo sostenible” se utiliza para todo hasta el punto de que casi ya no quiere decir nada.

Y lo mismo nos empieza a suceder con el término “buen vivir”
En el caso del buen vivir la corriente más indigenista o “pachamamista” construye ahora argumentos para distanciarse del concepto que manejan los gobiernos de Ecuador o Bolivia, que tratan de medir en términos más convencionales sus Planes del Buen Vivir. El tercer Plan del Buen Vivir de Ecuador, por ejemplo, ya incluye indicadores que los primeros planes no incluían. Esto es un valor a su favor frente a los anteriores (para que al menos se pueda rendir cuentas), pero también un compromiso más concreto que puede conllevar críticas. Tanto por lo que propone medir como por lo que olvida y, después, por los resultados que consiga. Pero es precisamente ahí donde se ven las diferencias con los conceptos originarios de sumak kawsay. «Dime lo que te interesa medir y te diré qué quieres», sería la crítica de los cambios de orientación que aprecian estos movimientos en los gobiernos.

Dado que desde las posiciones de que el sumak kawsay no se debe medir sino solo vivenciar, estas pierden un punto de mayor concreción en la crítica para el cambio. El debate desde las vivencias se queda en lo personal y en la conciencia de cada cual, lo que dificulta el avance en la construcción colectiva.

No obstante, hay puntos muy interesantes en las aportaciones sobre el sumak kawsay que vienen desde las posiciones más indigenistas o “pachamamistas”. La primera cuestión es que sin los movimientos de base indígena nada de este debate se hubiera producido en estos términos de relaciones ecosociales y cambio global

El debate sobre el buen vivir y los problemas-caminos, al menos en los Andes. Aunque también es verdad que en los últimos años ha habido bastantes divisiones internas y esto dificulta establecer si cuando hablamos de buen vivir hablamos de «convivir en armonía con la naturaleza y la comunidad», o si hablamos de «salir de la pobreza con carreteras y educación occidental», o unas terceras o cuartas posiciones híbridas.

En cualquier caso, el sumak kawsay ha supuesto una crítica al desarrollismo capitalista y al socialismo estatalista (recuperando el ayni como reciprocidad), como defienden sus principales autores.7 Y también una crítica a la filosofía subyacente euro-céntrica y neo-colonial. Para
Atahualpa Oviedo (Ecuador) y Javier Medina (Bolivia), por ejemplo, la lógica aristotélica del «tercero excluido» queda superada por las «ecosofía» (Estermann) «tetrádica» (Oviedo) andinas.
De ahí deducen muchos de ellos que al ser una vivencia personal y comunitaria, no cabe «establecer indicadores del buen vivir» por llevar a un «tecnicismo sin criterios». ¿Pero y si fuera con los criterios de la propia comunidad? Esta corriente de interpretación del sumak kawsay o suma qamaña tiene algunas contradicciones internas que deberían aclararse mejor. Por ejemplo, citan a los pueblos originarios (incluso a los no contactados, ¿cómo pueden saber lo que piensan?) como fuente de esta sabiduría. Sin embargo, parecen evidentes las grandes diferencias de estos pueblos, tanto con el imperio Inka como con el EZLN de Chiapas, a los que también citan como referencias. Más que una sola posición parece haber una pluralidad de interpretaciones híbridas, tanto por la evolución histórica como por la diversidad geográfica y cultural.

Es cierto que damos la razón a numerosos autores actuales del posdesarrollo y de la poscolonialidad en sus críticas al capitalismo desarrollista y al pensamiento eurocéntrico, y así lo reconocen con sus citas. Pero esto es un argumento para un mestizaje creativo con muchas de las dialécticas orientales y de los avances de la física y la biología de los sistemas emergentes, y no tanto para la defensa de una sola interpretación del buen vivir. Criticar la Constitución del Ecuador como una «mezcla irrespetuosa» para el buen vivir parece tanto como erigirse jueces de su pureza “ontológica” (¿esto no es un occidentalismo, nada relacional?). Construir un «vitalismo universal» o un «corazonar» nos coloca en un saber por abducción o chamánico, ¿más para los “iniciados”?
¿Qué hacer a partir de las comunidades indígenas que mezclan casi todo lo que les cae? ¿La «vivencia es una sola» y «ya está decidida»o el buen vivir «no es uno solo y homogéneo»? ¿Se critica a la «izquierda progresista» porque cambia de conceptos al estilo posmoderno muy rápidamente, o como se afirma un poco más abajo, por la repetición reiterada de las consignas del Partido y del Estado? Para ser coherentes con criticar los dilemas eurocéntricos no deberíamos caer en simplificar en dos posiciones la crítica. La posición aristotélica del «tercero excluido» deberíamos superarla siendo más inclusivos. Tanto con posdesarrollistas como con las comunidades indígenas y mestizas, disputando el sentido del buen vivir y del sumak kawsay a las tendencias más encubridoras del estatismo y el capitalismo.

Posiciones constructivas
Junto a las corrientes más “pachamamistas” o las más “estatalistas”, hay otras que se debaten en cómo concretar los valores alternativos. Desde posiciones constructivas e integradoras queremos entrar en la crítica de los parámetros a medir, que son más difíciles de encubrir que el debate sobre los conceptos. Es una forma de obligar a aterrizar los conceptos más allá de meras discusiones nominalistas por algunos autores. Si bien tiene interés el debate sobre los conceptos, puesto que introduce mayor precisión en lo que se quiere construir, lo cierto es que tarde o temprano los poderes se apropian de los conceptos y los van descafeinando para adaptarlos a sus intereses. Así pasó en décadas pasadas con el ecodesarrollo, el desarrollo a escala humana, el desarrollo sustentable, el eco-socialismo,y seguramente con las alternativas al desarrollo también pasará. El cambiar a otros conceptos más fuertes como el del decrecimiento, sumak kawsay, swaraj, etc., no va a garantizar que no se apropien o adulteren más allá de su sentido original.

La obligación de quienes queremos transformar la sociedad y caminar por una transición hacia una vida pro-común y sustentable, es ir poniendo nuevos retos conceptuales y tratar de que se vayan concretando en la vida cotidiana. Aun sabiendo que seguramente serán cooptados y manipulados, pero luchando porque sean lo más precisos y concretos posible, de manera que nos ayuden a mejor-vivir. A finales de los años noventa en Buenos Aires me publicaron dos libros bajo el título de Cuatro redes para mejor-vivir (1998), donde argumentaba ese concepto, que entonces se planteaba como crítica al concepto de “bienestar” y sus medidas. No se trataba ya entonces de tan solo “estar” pasivo en un Estado que redistribuye, sino de “vivir”. No se trataba de esperar a que el capital o el Estado nos facilitaran“estar” aunque fuera bien, sino de vivir o mejor aún convivir, con unas posiciones pro-activas hacia los semejantes y hacia la naturaleza, poder ser protagonistas de nuestras vidas en común.

El “estar” en la versión “pachamamista” es un estar vinculado a la naturaleza y disponible a lo que vaya apareciendo. Es sentirse parte y no una concepción tan pasiva como la del “estado del bienestar”. La concepción indígena del sumak kawsay es “tetrádica” pues de relaciones ecosociales y cambio global trata de mantener en armonía cuatro conceptos básicos: ushay (poder), ruray (hacer), munay (querer) y yachay (saber). El estar o querer está vinculado al «cuidado de la
Pachamama». El hacer, a la economía comunitaria y a la comercialización y tecnologías saludables. El poder es la organización comunitaria, mediante la justicia y las alianzas. El saber se refiere a la educación, a la comunicación y a los conocimientos. Estos conceptos tomados de ECUARUNARI, son retomados por el PYDLOS, y constituyen la base de los aspectos fundamentales que no se deben olvidar en la comunidad.12 Veremos más adelante cómo en otros movimientos y autores se repiten como cuatro intercambios básicos.

Desde posiciones constructivas e integradoras queremos entrar en la crítica de los parámetros a medir, es una forma de obligar a aterrizar los conceptos más allá de meras discusiones nominalistas por algunos autores El adjetivo “mejor” aunque sea con un guion (“mejor-vivir” como lo planteaba entonces) ha recibido críticas porque se asimila a conseguir “lo mejor” en los términos de competen
cia con los demás. Pero también se puede entender en el sentido de cómo mejorar cada cual su grupo o su comunidad, no en competencia con otros sino consigo mismo. Pero se puede cambiar por otra expresión mejor, por ejemplo, vivir “mejor, con menos”,13 que da título a un libro que también abunda en este tipo de planteamientos. Cuando se plantea ahora la vida plena14 parece que se absolutiza demasiado una sola forma de entender la vida (¿es que no ha de evolucionar este concepto?), como si alguien o alguna ideología pueda decir cuál es esa vida buena o plena de una vez para todas. El concepto de mejor, mejorable, es más relativo y relacional, más cercano a lo que puede estar en las manos de una comunidad o un grupo, o una red del tamaño que sea, para perfeccionarse.

Desde luego, como dice Gudynas,15 hay muchos “buenos vivires”. Y eso les da mucha más creatividad a los procesos. Algunos son simples formas de nombrar el desarrollo y el crecimiento con nuevos disfraces, pero precisamente en sus aplicaciones se ve la trampa, y algunos indicadores nos lo pueden descubrir. De ahí nuestro interés en procurar aclarar estos aspectos. En otros casos cabe recordar que como puedan entender el sumak kawsay, los quichua o los shuar, los cañaris o los pueblos originarios no contactados, seguramente es muy diferente. Y a su vez diferente de los aymaras del suma qamaña, de los mapuches, etc. Cierto que su raíz común apunta en contra del modelo de desarrollo de tipo occidental, pero más por negativo de éste que por positivo. Pero también cabe entender que el imperio Inka frente a los Cañaris tuvo sus guerras de conquista como el imperio de Castilla-Aragón lo tuvo con Galicia o Canarias, antes de invadir Abya Yala. No conviene mitificar ninguna experiencia como la única referencia plena.

Entre las muchas aportaciones a estos “vivires pro-comunes” están en Asia la referencia al swaraj o auto-gobiernos de la comunidad que popularizó Gandhi en su subcontinente, o las raíces taoístas o del budismo zen que implican igualmente otras formas de vida comunitarias y de integración con los demás seres del ecosistema. Y en occidente-norte se ha recuperado formas de transición al poscapitalismo como son los ecosocialismos, los decrecimientos, las comunidades en transición, el convivencialismo, etc. Son muy diversas las raíces de las que derivan cada uno de estos movimientos, y no parece tener sentido destacar de todos ellos más que su confluencia en la crítica de los desarrollismos. No es tanto mirar hacia atrás por una esencia perdida, como mirar hacia adelante para la posible construcción colectiva de las alternativas de transición hacia los poscapitalismos posibles.Solo contando con las redes cercanas, y a ser posible con las más amplias, podrán lograrse las mejoras en la vida. Ya en los dos volúmenes de 199816 me planteaba las cua-
tro redes colectivas o comunitarias y a distintas escalas, por lo que no se pueden entender tan solo como opciones individuales. Se trata de concretar los avances en común, o procomún, como se suele precisar más actualmente o en el convivencialismo.17 Tal vez deberíamos construir mejor el «vivir pro-comunes mejorables o creativos», para borrar toda alusión de individualidad y de competencias con otras formas que no fueran hacia una mejora solidaria.



lunes, 6 de marzo de 2017