Interacciones
básicas y equivalentes de valor
Si pretendiéramos
recoger todas las propuestas que se han ido generando en el mundo
sobre los temas del desarrollo, la felicidad, etc., el documento
sería extensísimo. Además,recurrir a ellas en su amplitud
obligaría a dos operaciones realmente difíciles de establecer. Por
un lado ponderar el peso de cada una de las propuestas, lo que lleva
a considerar (en cada cultura) cómo llevar a cabo la operación de
priorizar necesidades. Y por otro lado, realizar numerosas mediciones
de muchísimos factores para no dejar fuera ninguno que deba ser
tenido en cuenta. Estos son aspectos que hacen poco operativas estas
formas de proceder. Cuando son muchos los índices a los que
referirse (y medirlos con cierta solvencia) la operatividad se vuelve
en contra, pues cuando acaba uno de tener los datos, ya es posible
que hayan cambiado. Algunos están accesibles, pero otros han de ser
construidos y se demoran bastante tiempo.
Cabe hacer algunas
operaciones más sencillas para establecer estos seguimientos, y que
sirvan a las comunidades respectivas para sus fines. Incluso la tabla
que se suele citar de Max-Neerf, Elizalde y Hopenhayn,18 con 36
posiciones básicas (1993) se vuelve demasiado complicada para
establecer las necesidades a medir. Ellos mismos proponen no tanto
medir las necesidades, como los “satisfactores”, que al ser
sintéticos muestran una mayor didáctica y operatividad para cada
comunidad que quiera usarlos. De esta tabla lo más interesante son
las cuatro necesidades axiológicas que definen con los verbos:
estar, tener, hacer y ser. Y pueden ser interesantes porque vienen a
coincidir con las cuatro interacciones básicas que hemos encontrado
en otros autores, y en varios de los movimientos sociales que hemos
estudiado.
Los listados muy
amplios están bien y pueden ser utilizados como recordatorios, para
que no se nos olvide ningún tema en un descuido. Pero se pueden
resumir en las pautas que la humanidad siempre ha tenido.
Levi-Strauss ya estableció desde la antropología el intercambio
básico de bienes, de personas, de mensajes. Esto viene a coincidir
con los verbos citados, si le sumamos el intercambio de
espacios-tiempos. O, desde el enfoque de Jesús Ibáñez,19 las
explotaciones de la naturaleza, del trabajo y de la producción, la
dominación de unos sujetos sobre otros por raza, genero, etc., y la
explotación “de uno mismo” por los dogmas en que ha sido educado
y cree. En un libro reciente20 me refiero más en extenso a estos
intercambios básicos, que también podemos encontrar en forma de
«sociología de las ausencias» en Boaventura de Sousa Santos21 y en
otros autores.
Por si quedara muy
erudito citar tan solo a algunos autores de referencia, quisiera
dejar patente que los principales movimientos sociales también nos
muestran con sus prácticas las necesidades que les interesa
descubrir y reclamar. Así, por ejemplo, los movimientos vecinales y
ecologistas destacan la necesidad de hacer un seguimiento de los
retrocesos o avances en los espacios y tiempos de los ecosistemas
urbanos o rurales; si las tecnologías están mejorando o empeorando
ambientes y si el mejor convivir se resiente o se recupera. Los
movimientos obreros y campesinos llevan años luchando por sus
derechos en el trabajo y la producción, contra las desigualdades y
contra abusos en la economía de acumulación especulativa.
Los movimientos de
mujeres o de diferentes etnias se han rebelado contra la dominación
que por razones biológico-culturales han impuesto el patriarcado y
los países colonizadores. Y contra el pensamiento único y dogmático
de las ideologías heredadas se han venido rebelando movimientos,
sobre todo de jóvenes, que no renuncian a la creatividad propia.
La cuestión no es
saber medirlo todo, se trata de saber qué medir y con qué
prioridades, qué es lo significativo en cada momento Podrán ser
tres, cuatro o cinco las interacciones básicas que aglutinan la
larga lista de necesidades que los humanos (y nuestra relación con
los ecosistemas) hemos ido construyendo en nuestra historia
milenaria. En cada interacción básica siempre se sitúa un
Equivalente de Valor, que opera para cada cultura como elemento
externo que sirve de referente y que no es cuestionado en principio.
Entre los diferentes ejemplos se pueden citar: la propiedad y el
dinero en los intercambios materiales de nuestra economía; también
la revelación divina por algún mito fundador del ser e identidad de
una comunidad entre las tradiciones más antiguas; o las formas
tecnológicas como manera de superar las constricciones del espacio o
del tiempo en cada cultura humana; o el orden mediante una autoridad
para superar los conflictos de la familia o entre comunidades. Si se
está de acuerdo en estos equivalentes de valor, de ahí se pueden
deducir los parámetros principales a medir. Pero si hay
discrepancias en que estos sean los valores incuestionables, entonces
la forma de encarar las mediciones se torna más compleja.
Por eso, previo a
establecer las mediciones, hay que abrir el debate de cuáles son los
criterios de medición. Esto supone una deconstrucción de los
sistemas de medidas en vigor y la justificación de nuevos criterios
y equivalentes de valor aceptados por cada comunidad.
Por ejemplo, con
Luis Tapia, quisiera recordar que siempre se lucha por un excedente y
luego está la cuestión de qué hacer con ese excedente. En el
pasado, algunas culturas, una vez obtenido, lo quemaban (mediante
diversos ritos) para no crear más desigualdades, otras lo repartían
como dones del poderoso, otras lo utilizaban para armarse y guerrear
en conquistas de territorios, etc. Y no solo el excedente de bienes,
también el tecnológico, la erudición, el simbólico, etc. Por lo
tanto, la cuestión de a qué destinar los excedentes forma parte del
fondo del problema, y desde ahí se justifican las comparaciones con
otras comunidades y las comparaciones antes y después de la propia
comunidad de referencia. En el contexto actual, la obtención del
excedente lleva a algunos a armarse, a otros a especular inventando
burbujas de dinero, y hay quien quiere distribuir los beneficios a
través del Estado, otros hacen despilfarros ostentosos, mientras
otros solo intercambian sus formas de reciprocidad en economías
populares o solidarias.
La conclusión fácil
es que cada cultura ha de construir sus propios equivalentes de valor
y sus propios criterios de medición. La cuestión no es saber
medirlo todo, como si quisiéramos ser eruditos y poseer todos los
conocimientos y todos los términos sin que se nos escape nada. Más
bien se trata de saber qué medir y con qué prioridades. Es decir,
no es pasión por reducirlo todo a los números, sino por saber qué
es lo significativo en cada momento. Incluso en cada comunidad los
criterios tampoco son estables. Es decir, valores que eran
incuestionables para una generación (energía nuclear) pueden dejar
de serlo para otra, índices muy significativos en una situación
(por ejemplo, la alfabetización) pueden dejar de ser tan
interesantes cuando se alcanza su saturación. Por esto los criterios
han de revisarse cada cierto tiempo de forma participativa por lo más
amplio de la comunidad local, e irse mejorando según se vayan
produciendo nuevos avances. En realidad se
trata de una
construcción colectiva de forma permanente. Les podemos llamar
equivalentes de valor, ideas-fuerza, escenarios de futuro, o lo que
en general desee conseguir cada comunidad organizada.
Un
proceso participativo posible
Técnicamente cabe
ir deconstruyendo al tiempo que se van reconstruyendo los cambios en
los criterios de medición. Al menos en cada una de las 4
interacciones básicas. Para ello se pueden usar técnicas como los
“penta o multi-lemas”, que permiten pasar de los dilemas básicos
y más superficiales de cada sociedad, a causalidades y mediaciones
más profundas. En los trabajos de Johan Galtung23 y en los nuestros
del CIMAS24 se pueden ver ejemplos prácticos de cómo operar para
distintas situaciones. De forma participativa con las comunidades que
se impliquen se puede avanzar en estas “de” y “re”
construcciones consensuadas. Si hiciera falta priorizaciones
participativas entre estos supuestos, también sepueden usar los
“flujogramas” que Carlos Matus planteó en los Planes
EstratégicosSituacionales,25 y que también se pueden seguir en los
textos y los DVD de la red CIMAS.26 Son dispositivos técnicos que
permiten a comunidades pequeñas y grandes formalizar acuerdos para
establecer los criterios que les permitan avanzar y construir
colectivamente.
Proponemos este tipo
de dispositivos participativos para saltarnos otros sistemas de tipo
más convencional, que puedan enfrentar a las mayorías con las
minorías en juegos más perversos (como sería una votación
“representativa”); o que puedan dejar en manos solo de los
técnicos y unos pocos directivos algunas herramientas (DAFO, árbol
de problemas, etc.) de la Planificación Estratégica convencional,
con un manejo no participativo de decisiones muy importantes. Bajo la
idea de Planificación Estratégica suelen quedar encubiertos
dispositivos técnicos con una alta tendencia a imponer valores
dominantes no cuestionados.
De ahí que las
aportaciones críticas de los autores citados no solo superan los
defectos de la planificación al uso, sino que proponen unos
dispositivos técnicos que ofrecen muy buenos resultados desde
nuestra práctica con muy diversas comunidades, urbanas y rurales,
así como en sectores amplios estatales como la salud, la ecología,
etc.
Una vez que la
comunidad correspondiente ha llegado a un consenso básico de cuáles
son sus criterios, sus satisfactores, sus ideas-fuerza o sus
equivalentes de valor más generales (según como los queramos
nombrar), es cuando se puede pasar a tratar de establecer los índices
con que se van a medir. Sentados los criterios en las cuatro
interacciones básicas, por lo menos, ahora toca ver cómo se puede
medir cada una. Y si algunas de las mediciones ya están en marcha o
hay otros documentos que lo acreditan, revisarlos desde el punto de
vista de los criterios establecidos. No porque ya tengamos los datos
elaborados por otras instancias van a valer sin más. Cada dato tiene
un contexto (no explicitado habitualmente) de equivalentes de valor
que se ha de revisar.
Por ejemplo, el
debate sobre qué se entiende por “desarrollo sostenible” es
puramente nominal y solo se puede resolver como se propuso con los
foros de sustentabilidad de las agendas locales 21. Un concepto en sí
mismo tan contradictorio, cuando lo bajamos a qué se quiere medir en
concreto es cuando sabemos qué quieren de él quienes lo usan. Hay
agendas 21 locales, como la de Seattle desde el año 1993, que han
servido de referencia a otros muchos foros en ciudades de todo el
mundo. Si se reúnen los sectores interesados de una ciudad o una
región en los temas de hacer seguimiento con indicadores de su
evolución de la calidad de vida, de la sustentabilidad o del buen
vivir, entonces resulta creíble que sus consensos sobre criterios
puedan ser un buen comienzo para el proceso.
Un foro de
sustentabilidad o de buen vivir puede estar compuesto por las
comunidades que estén interesadas, por los sectores sindicales,
ecologistas, feministas, etc., de la zona, por las universidades,
ONG, Iglesias y entidades culturales que quieran participar. Los
gobiernos sensibles a hacer un seguimiento de la calidad de vida de
su zona deberían apoyar y no oner trabas a la información o tratar
de influir en ella sino respetar los consensos de la sociedad civil.
No es que en estos foros se vaya a votar si está bien o mal la
calidad de vida o el sumak kawsay, se trata más bien de ver qué se
ha de medir, qué acuerdos se alcanzan para que los aspectos más
importantes de la vida local se vean reflejados en un seguimiento,
para ir dando cuenta de los resultados locales y en un cierto periodo
de comparación. Por ejemplo, si queremos medir la situación
económica, ¿es más importante cuánto dinero entra y sale de la
ciudad o región, o tal vez la desigualdad de ingresos entre los que
más ganan y los que menos? O, desde el punto de vista del género,
¿es más importante el número de puestos en guarderías infantiles
o la variación en la distribución del tiempo y actividades en la
vida cotidiana entre mujeres, varones, mayores y criaturas? Y con
respecto a la toma de decisiones democráticas, ¿se le da más
importancia al número de votantes o al número de propuestas e
iniciativas desde colectivos de base?
La técnica de medir
no ha de seguir siendo un asunto del foro, que solo se centra en
proponer los criterios y seguir el proceso. Por otra parte, cada
cierto tiempo se puede cambiar algún criterio que deje de ser
relevante para la comunidad, y eso no tiene por qué alterar
demasiado el conjunto de las referencias. De lo que se trata es de
que en cada uno de los cuatro ámbitos de estas mediciones se pueda
seguir una serie cronológica de resultados.
La comparación
siempre es antes y después para un territorio, no tanto con otros
territorios vecinos. La calidad de vida es más comparable sobre las
expectativas de una comunidad concreta, y no tanto sobre las
rivalidades entre comunidades diferentes. Parece más lógico medir
la felicidad de un territorio en relación con la satisfacción de
sus propios escenarios de futuro, como se quiere subrayar, que en
relación con el vecino.
Las técnicas de
medición pueden ser cualitativas y cuantitativas, una vez planteado
desde el inicio el proceso participativo de lanzamiento y de
seguimiento. Del que ya se pueden tener datos elaborados, solo cabe
verificarlos y adecuarlos a los requisitos previamente planteados por
el foro. En otros casos, cabe hacer una investigación específica
con algunos índices sintéticos que se estimen oportunos. Por
ejemplo, el número de peces que se hallan en un río puede
significar tanto un índice de agua limpia, como el rescate de una
memoria histórica perdida. Establecer una serie de grupos de
discusión, con una buena muestra, sobre algún aspecto nuevo puede
dar al foro informaciones de tipo cualitativo a considerar.
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