martes, 4 de abril de 2017

El debate sobre el buen vivir y los problemas-caminos para medir los avances en la calidad de vida y la sustentabilidad (3 de 4)

Interacciones básicas y equivalentes de valor

Si pretendiéramos recoger todas las propuestas que se han ido generando en el mundo sobre los temas del desarrollo, la felicidad, etc., el documento sería extensísimo. Además,recurrir a ellas en su amplitud obligaría a dos operaciones realmente difíciles de establecer. Por un lado ponderar el peso de cada una de las propuestas, lo que lleva a considerar (en cada cultura) cómo llevar a cabo la operación de priorizar necesidades. Y por otro lado, realizar numerosas mediciones de muchísimos factores para no dejar fuera ninguno que deba ser tenido en cuenta. Estos son aspectos que hacen poco operativas estas formas de proceder. Cuando son muchos los índices a los que referirse (y medirlos con cierta solvencia) la operatividad se vuelve en contra, pues cuando acaba uno de tener los datos, ya es posible que hayan cambiado. Algunos están accesibles, pero otros han de ser construidos y se demoran bastante tiempo.

Cabe hacer algunas operaciones más sencillas para establecer estos seguimientos, y que sirvan a las comunidades respectivas para sus fines. Incluso la tabla que se suele citar de Max-Neerf, Elizalde y Hopenhayn,18 con 36 posiciones básicas (1993) se vuelve demasiado complicada para establecer las necesidades a medir. Ellos mismos proponen no tanto medir las necesidades, como los “satisfactores”, que al ser sintéticos muestran una mayor didáctica y operatividad para cada comunidad que quiera usarlos. De esta tabla lo más interesante son las cuatro necesidades axiológicas que definen con los verbos: estar, tener, hacer y ser. Y pueden ser interesantes porque vienen a coincidir con las cuatro interacciones básicas que hemos encontrado en otros autores, y en varios de los movimientos sociales que hemos estudiado.


Los listados muy amplios están bien y pueden ser utilizados como recordatorios, para que no se nos olvide ningún tema en un descuido. Pero se pueden resumir en las pautas que la humanidad siempre ha tenido. Levi-Strauss ya estableció desde la antropología el intercambio básico de bienes, de personas, de mensajes. Esto viene a coincidir con los verbos citados, si le sumamos el intercambio de espacios-tiempos. O, desde el enfoque de Jesús Ibáñez,19 las explotaciones de la naturaleza, del trabajo y de la producción, la dominación de unos sujetos sobre otros por raza, genero, etc., y la explotación “de uno mismo” por los dogmas en que ha sido educado y cree. En un libro reciente20 me refiero más en extenso a estos intercambios básicos, que también podemos encontrar en forma de «sociología de las ausencias» en Boaventura de Sousa Santos21 y en otros autores.

Por si quedara muy erudito citar tan solo a algunos autores de referencia, quisiera dejar patente que los principales movimientos sociales también nos muestran con sus prácticas las necesidades que les interesa descubrir y reclamar. Así, por ejemplo, los movimientos vecinales y ecologistas destacan la necesidad de hacer un seguimiento de los retrocesos o avances en los espacios y tiempos de los ecosistemas urbanos o rurales; si las tecnologías están mejorando o empeorando ambientes y si el mejor convivir se resiente o se recupera. Los movimientos obreros y campesinos llevan años luchando por sus derechos en el trabajo y la producción, contra las desigualdades y contra abusos en la economía de acumulación especulativa.

Los movimientos de mujeres o de diferentes etnias se han rebelado contra la dominación que por razones biológico-culturales han impuesto el patriarcado y los países colonizadores. Y contra el pensamiento único y dogmático de las ideologías heredadas se han venido rebelando movimientos, sobre todo de jóvenes, que no renuncian a la creatividad propia.

La cuestión no es saber medirlo todo, se trata de saber qué medir y con qué prioridades, qué es lo significativo en cada momento Podrán ser tres, cuatro o cinco las interacciones básicas que aglutinan la larga lista de necesidades que los humanos (y nuestra relación con los ecosistemas) hemos ido construyendo en nuestra historia milenaria. En cada interacción básica siempre se sitúa un Equivalente de Valor, que opera para cada cultura como elemento externo que sirve de referente y que no es cuestionado en principio. Entre los diferentes ejemplos se pueden citar: la propiedad y el dinero en los intercambios materiales de nuestra economía; también la revelación divina por algún mito fundador del ser e identidad de una comunidad entre las tradiciones más antiguas; o las formas tecnológicas como manera de superar las constricciones del espacio o del tiempo en cada cultura humana; o el orden mediante una autoridad para superar los conflictos de la familia o entre comunidades. Si se está de acuerdo en estos equivalentes de valor, de ahí se pueden deducir los parámetros principales a medir. Pero si hay discrepancias en que estos sean los valores incuestionables, entonces la forma de encarar las mediciones se torna más compleja.

Por eso, previo a establecer las mediciones, hay que abrir el debate de cuáles son los criterios de medición. Esto supone una deconstrucción de los sistemas de medidas en vigor y la justificación de nuevos criterios y equivalentes de valor aceptados por cada comunidad.

Por ejemplo, con Luis Tapia, quisiera recordar que siempre se lucha por un excedente y luego está la cuestión de qué hacer con ese excedente. En el pasado, algunas culturas, una vez obtenido, lo quemaban (mediante diversos ritos) para no crear más desigualdades, otras lo repartían como dones del poderoso, otras lo utilizaban para armarse y guerrear en conquistas de territorios, etc. Y no solo el excedente de bienes, también el tecnológico, la erudición, el simbólico, etc. Por lo tanto, la cuestión de a qué destinar los excedentes forma parte del fondo del problema, y desde ahí se justifican las comparaciones con otras comunidades y las comparaciones antes y después de la propia comunidad de referencia. En el contexto actual, la obtención del excedente lleva a algunos a armarse, a otros a especular inventando burbujas de dinero, y hay quien quiere distribuir los beneficios a través del Estado, otros hacen despilfarros ostentosos, mientras otros solo intercambian sus formas de reciprocidad en economías populares o solidarias.
La conclusión fácil es que cada cultura ha de construir sus propios equivalentes de valor y sus propios criterios de medición. La cuestión no es saber medirlo todo, como si quisiéramos ser eruditos y poseer todos los conocimientos y todos los términos sin que se nos escape nada. Más bien se trata de saber qué medir y con qué prioridades. Es decir, no es pasión por reducirlo todo a los números, sino por saber qué es lo significativo en cada momento. Incluso en cada comunidad los criterios tampoco son estables. Es decir, valores que eran incuestionables para una generación (energía nuclear) pueden dejar de serlo para otra, índices muy significativos en una situación (por ejemplo, la alfabetización) pueden dejar de ser tan interesantes cuando se alcanza su saturación. Por esto los criterios han de revisarse cada cierto tiempo de forma participativa por lo más amplio de la comunidad local, e irse mejorando según se vayan produciendo nuevos avances. En realidad se
trata de una construcción colectiva de forma permanente. Les podemos llamar equivalentes de valor, ideas-fuerza, escenarios de futuro, o lo que en general desee conseguir cada comunidad organizada.

Un proceso participativo posible

Técnicamente cabe ir deconstruyendo al tiempo que se van reconstruyendo los cambios en los criterios de medición. Al menos en cada una de las 4 interacciones básicas. Para ello se pueden usar técnicas como los “penta o multi-lemas”, que permiten pasar de los dilemas básicos y más superficiales de cada sociedad, a causalidades y mediaciones más profundas. En los trabajos de Johan Galtung23 y en los nuestros del CIMAS24 se pueden ver ejemplos prácticos de cómo operar para distintas situaciones. De forma participativa con las comunidades que se impliquen se puede avanzar en estas “de” y “re” construcciones consensuadas. Si hiciera falta priorizaciones participativas entre estos supuestos, también sepueden usar los “flujogramas” que Carlos Matus planteó en los Planes EstratégicosSituacionales,25 y que también se pueden seguir en los textos y los DVD de la red CIMAS.26 Son dispositivos técnicos que permiten a comunidades pequeñas y grandes formalizar acuerdos para establecer los criterios que les permitan avanzar y construir colectivamente.

Proponemos este tipo de dispositivos participativos para saltarnos otros sistemas de tipo más convencional, que puedan enfrentar a las mayorías con las minorías en juegos más perversos (como sería una votación “representativa”); o que puedan dejar en manos solo de los técnicos y unos pocos directivos algunas herramientas (DAFO, árbol de problemas, etc.) de la Planificación Estratégica convencional, con un manejo no participativo de decisiones muy importantes. Bajo la idea de Planificación Estratégica suelen quedar encubiertos dispositivos técnicos con una alta tendencia a imponer valores dominantes no cuestionados.

De ahí que las aportaciones críticas de los autores citados no solo superan los defectos de la planificación al uso, sino que proponen unos dispositivos técnicos que ofrecen muy buenos resultados desde nuestra práctica con muy diversas comunidades, urbanas y rurales, así como en sectores amplios estatales como la salud, la ecología, etc.

Una vez que la comunidad correspondiente ha llegado a un consenso básico de cuáles son sus criterios, sus satisfactores, sus ideas-fuerza o sus equivalentes de valor más generales (según como los queramos nombrar), es cuando se puede pasar a tratar de establecer los índices con que se van a medir. Sentados los criterios en las cuatro interacciones básicas, por lo menos, ahora toca ver cómo se puede medir cada una. Y si algunas de las mediciones ya están en marcha o hay otros documentos que lo acreditan, revisarlos desde el punto de vista de los criterios establecidos. No porque ya tengamos los datos elaborados por otras instancias van a valer sin más. Cada dato tiene un contexto (no explicitado habitualmente) de equivalentes de valor que se ha de revisar.

Por ejemplo, el debate sobre qué se entiende por “desarrollo sostenible” es puramente nominal y solo se puede resolver como se propuso con los foros de sustentabilidad de las agendas locales 21. Un concepto en sí mismo tan contradictorio, cuando lo bajamos a qué se quiere medir en concreto es cuando sabemos qué quieren de él quienes lo usan. Hay agendas 21 locales, como la de Seattle desde el año 1993, que han servido de referencia a otros muchos foros en ciudades de todo el mundo. Si se reúnen los sectores interesados de una ciudad o una región en los temas de hacer seguimiento con indicadores de su evolución de la calidad de vida, de la sustentabilidad o del buen vivir, entonces resulta creíble que sus consensos sobre criterios puedan ser un buen comienzo para el proceso.

Un foro de sustentabilidad o de buen vivir puede estar compuesto por las comunidades que estén interesadas, por los sectores sindicales, ecologistas, feministas, etc., de la zona, por las universidades, ONG, Iglesias y entidades culturales que quieran participar. Los gobiernos sensibles a hacer un seguimiento de la calidad de vida de su zona deberían apoyar y no oner trabas a la información o tratar de influir en ella sino respetar los consensos de la sociedad civil. No es que en estos foros se vaya a votar si está bien o mal la calidad de vida o el sumak kawsay, se trata más bien de ver qué se ha de medir, qué acuerdos se alcanzan para que los aspectos más importantes de la vida local se vean reflejados en un seguimiento, para ir dando cuenta de los resultados locales y en un cierto periodo de comparación. Por ejemplo, si queremos medir la situación económica, ¿es más importante cuánto dinero entra y sale de la ciudad o región, o tal vez la desigualdad de ingresos entre los que más ganan y los que menos? O, desde el punto de vista del género, ¿es más importante el número de puestos en guarderías infantiles o la variación en la distribución del tiempo y actividades en la vida cotidiana entre mujeres, varones, mayores y criaturas? Y con respecto a la toma de decisiones democráticas, ¿se le da más importancia al número de votantes o al número de propuestas e iniciativas desde colectivos de base?

La técnica de medir no ha de seguir siendo un asunto del foro, que solo se centra en proponer los criterios y seguir el proceso. Por otra parte, cada cierto tiempo se puede cambiar algún criterio que deje de ser relevante para la comunidad, y eso no tiene por qué alterar demasiado el conjunto de las referencias. De lo que se trata es de que en cada uno de los cuatro ámbitos de estas mediciones se pueda seguir una serie cronológica de resultados.

La comparación siempre es antes y después para un territorio, no tanto con otros territorios vecinos. La calidad de vida es más comparable sobre las expectativas de una comunidad concreta, y no tanto sobre las rivalidades entre comunidades diferentes. Parece más lógico medir la felicidad de un territorio en relación con la satisfacción de sus propios escenarios de futuro, como se quiere subrayar, que en relación con el vecino.


Las técnicas de medición pueden ser cualitativas y cuantitativas, una vez planteado desde el inicio el proceso participativo de lanzamiento y de seguimiento. Del que ya se pueden tener datos elaborados, solo cabe verificarlos y adecuarlos a los requisitos previamente planteados por el foro. En otros casos, cabe hacer una investigación específica con algunos índices sintéticos que se estimen oportunos. Por ejemplo, el número de peces que se hallan en un río puede significar tanto un índice de agua limpia, como el rescate de una memoria histórica perdida. Establecer una serie de grupos de discusión, con una buena muestra, sobre algún aspecto nuevo puede dar al foro informaciones de tipo cualitativo a considerar.

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