del libro
original en portugués
“Por
uma Nova Esfera Pública – a experiência do orçamento
participativo” compiladores Nilton
Bueno Fisher, Jaqueline Moll
Edit.
Vozes, 2000, Petrópolis
Tomás Villasante
Universidad Complutense de Madrid
No es
posible para mi describir la experiencia municipal de Porto Alegre
para el público, porque hay otros autores que ya lo han hecho con
mayor conocimiento que el mío sobre esta ejemplar experiencia. Mi
aportación quizás se debería centrar en un texto sólo elogioso,
por las muchas novedades que nos presenta y los retos a los que
apunta dar solución, sobre todo en estos tiempos de descreimiento en
las alternativas viables al sistema dominante. Ahora más que nunca
tenemos necesidad de formas prácticas y concretas que vayan
demostrando que hay otras vías alternativas de encarar los problemas
del neo-liberalismo. Por suerte, no es sólo el caso de Porto Alegre
el que nos puede ilustrar sobre los caminos abiertos para nuevas
formas democráticas y participativas para encarar con eficiencia los
problemas sociales locales. Trataré de comparar y aportar otros
elementos, además de los propios acerca del caso estudiado, para
suscitar un debate amplio que vaya mas allá de lo hasta ahora
planteado.
Además,
creo que debemos iniciar un
debate sobre lo local y sus logros, también sobre los caminos
potenciales de transformación del Estado que esta experiencia, pero
más aún, algunos de sus protagonistas nos plantean con toda
claridad. Tarso Genro (1997) lo dice explícitamente: "Apunta
a una forma universal de dirigir el Estado y de crear un nuevo tipo
de Estado". No se trata de una solución
total para todos los problemas, pero sí que una forma concreta de
co-gestión con "una esfera pública no-estatal" (Ubiratan
de Souza, 1998) pone en acto tanta literatura de buenos deseos sobre
la participación y la implicación de los ciudadanos.
Me
parece un estilo concreto de construcción de una de las democracias
participantes de mayor interés en el mundo porque combina elementos
concretos de la voluntad política elegida en las urnas
democráticamente, con la participación directa de los ciudadanos y
un papel muy interesante de los técnicos. Los problemas de la
representación electoral clásica (tanto la simplificación como la
burocratización) en gran parte los tiene enfocados y casi resueltos.
Me refiero a dos problemas candentes de la práctica cotidiana de
cualquier democracia representativa. Para ejercer la representación
no se puede atender a cada cual con sus particulares problemas sino
que ha de darse prioridad al término medio, a los asuntos más
comunes. Para ello se da prioridad a la representación mediante
algunas opciones políticas (3 ó 4) donde puede elegir el votante.
Luego estas opciones más votadas se han de poner de acuerdo teniendo
la mayoría (pactar entre algunos programas) y poder hacer la ley y
el equipo de gobierno. Este gobierno va a interpretar la ley,
haciendo los reglamentos y mandando a los funcionarios. Cada paso es
una simplificación del anterior, quitarle complejidad e
indeterminación a la realidad de la que surge. Si antes de votar las
redes de amistad, o familiares, o de trabajo son muy complejas, luego
todo se va reduciendo en decisiones más universales y unitarias para
todos.
Y esto está bien como medida defensiva frente a tantos
abusos que los sistemas autoritarios han venido practicando. Es una
forma democrática de controlar a las minorías para que no se
perpetúen en el poder. Cuando nuestras democracias han salido de
procesos anti-dictatoriales y clientelares está muy bien que se
ejerzan estos controles, pero el problema es que al reducir el poder
de las minorías autoritarias, también podemos quitar la iniciativa
a otras minorías sociales activas que están actuando en la
complejidad necesaria y creativa de la sociedad. Estos procesos de la
"democracia de control" se deben completar con otros
procesos de la "democracia de innovación". Sobre todo
porque la democracia representativa o de control cada 4 años puede
volverse ineficiente, porque los políticos acaban despegándose de
las bases sociales y porque los funcionarios acaban dando órdenes a
los ciudadanos. Siendo así, que son los funcionarios los que
deberían entender y atender las complejidades de la población. Si
la soberanía reside en el pueblo, éste no la siente como tal cuando
se acerca a una ventanilla, o cuando no ve que se invierte en sus
necesidades más cercanas. Hay un problema de eficiencia inmediata
también en la justificación de la democracia, sea esta del tipo que
sea.
"Democracia
social" es la que se justifica entre los servicios prestados por
los funcionarios y las propias redes sociales. Es decir, no sólo que
haya un procedimiento legal claro y transparente (por cierto que
debería serlo bastante más). Por ejemplo, en algunos procesos
revolucionarios es posible que haya más servicios eficientes,
mientras los que hacen de funcionarios lo hagan con la ideología de
servir a los ciudadanos. Pero estas democracias no siempre consiguen
perdurar por falta de controles democráticos y la renovación de los
sistemas y las personas implicadas. Por eso, son más interesantes
las "democracias de innovación", en la medida en que
rescatan la complejidad de las redes sociales, a través de sus
Asociaciones y de las técnicas de participación adecuadas, de tal
forma que la coordinación de los funcionarios y sus técnicas dan
lugar a prácticas más eficientes de acuerdo con cada situación
concreta y cotidiana. No se trata tanto de un control cada cuatro
aíios, a través del voto y la ley, sino en la ejecución más
cotidiana con la gestión de los funcionarios y los servicios
inmediatos en cada caso.
El
papel de los funcionarios y de los técnicos por un contrato en la
democracia es una de las lagunas que se suele mantener tanto en los
análisis politológicos como en los sindicales, e incluso en los
alternativos. Se reconoce que no se es neutral en muchos casos pero
no se entra a ver las consecuencias cotidianas de esto para la
democracia, que suelen ser tanto o más importantes que la posición
de los políticos o de los sectores populares. El margen de maniobra
de cualquier técnico es suficiente para que su estilo marque la
diferencia entre unas situaciones y otras. Es decir, el análisis de
redes de confianzas y desconfianzas que se produce en una localidad
depende muchas veces de estos intermediarios o "puentes débiles"
entre los ciudadanos y sus representantes. De usar unas metodologías
a usar otras (participativas o bien autoritarias) varía mucho el
resultado, y esto es competencia del técnico en gran medida. Es la
fuerza de las relaciones débiles entre los "conjuntos fuertes"
del análisis de redes (Granovetter, 1982). Su repercusión para las
democracias locales es fundamental.
El dar
juego central a un "espacio de esfera pública no estatal"
viene a mediar entre las otras formas de democracia, aún en los
casos más elaborados de ambas. No viene tampoco a sustituir a
aquellas formas, sino a adaptarse a cada situación en que haya
nacido una democracia para ir cambiando de centralidad el motor de la
misma. Si empezó de una manera en función del proceso histórico
determinante, también puede ir cambiando para atender a las nuevas
circunstancias y generaciones, y así ir haciendo una experiencia de
democracia más avanzada. No es tanto que haya una forma única
universal, me parece, sino que en todas partes el introducir el motor
de "espacios públicos no estatales" viene siendo condición
hoy de renovación y de una nueva democracia más eficiente por más
innovativas y ajustadas sean las condiciones concretas de cada red
local.
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