Con los ‘municipios
del cambio’ llevamos ya meses de gestión y de debates, pero se notan poco sus resultados en la vida cotidiana de la gente. En
parte porque los ataques desde los medios tradicionales están siendo muy duros,
y en parte porque los nuevos concejales aún están aprendiendo cómo funciona una
administración. El día a día de la gestión de una administración casi no
permite a los nuevos concejales sacar adelante el programa que creían más fácil
de poner en marcha, o dedicar su tiempo a construir con la ciudadanía los
apoyos que necesitan para ponerlo en marcha. Podemos debatir cómo desbordar
los diferentes atascos que se producen.
El primer
lugar es necesario construir un circuito de cogestión administrativa.
Ante el desconocimiento sobre cómo funciona la administración local, la
tentación inicial es pretender saber más que los funcionarios, haciéndose
expertos en la legislación, etc. y para eso acudir a cursillos y talleres de
sus partidos respectivos, y luego ir conociendo la forma de cocinar la política
con los trucos habituales de gestión administrativa. Esto está bien, pues hay
que manejar nuevos lenguajes y saber manejar presupuestos, normativas, etc. En
la primera Transición del 79 en los municipios ya nos pasó esto y
el resultado para muchos municipios fue encerrarse en sí mismos, creando
expertos en la gestión municipal, profesionales de la política.
Mucho más
interesante parece poder construir –con aquella parte de los funcionarios y
técnicos locales más democráticos e innovadores– algún circuito o espacio para
la gestión local que encuentre soluciones más avanzadas y desbordantes que las
prácticas tradicionales. La democracia interna
en una administración se puede construir desde el principio, y es una ayuda
inestimable. Depende de cada municipio, sobre todo después de tantos años de
gestiones reaccionarias, pero siempre hay con quien contar, y está la
posibilidad de recurrir a asesorías externas. Pero la democracia se puede
empezar por dentro de la propia administración.
El segundo
atasco se puede desbordar desde un circuito de seguimiento y control. Los
aspirantes a políticos cuasi profesionales tienen también la tentación de
aplicar sus propias ideas, pues se sienten respaldados por los votos y un programa
que se ha elaborado en el partido correspondiente. Las elecciones
representativas tienen la virtud de hacer crecer esta deriva elitista, tanto entre los electos como
entre parte de la ciudadanía. El protagonismo de los electos se sube a la
cabeza con facilidad, el rendir cuentas ante la gente es de las cosas que
primero se olvidan. Encerrados en el día a día de una gestión, no suelen pedir
ayudas a colectivos o expertos que puedan abrir las perspectivas, pues creen
que su protagonismo no se ha de poner en duda, y sienten que han sido elegidos
para dirigir. Pero mejor sería aprender de las experiencias de otros municipios
que ya han hecho políticas alternativas, de colectivos que tienen experiencia,
de los movimientos sociales, etc.
Los gestores
del cambio ¿han de estar al servicio de la gente que tiene luchas y con
experiencia, o han de querer ser los protagonistas como vanguardias ellos
mismos? Las campañas electorales tan personalistas no ayudan, pero el cambio se
supone que consiste en abrir nuevas formas de hacer política, hacia una mayor
participación de la colectividad. Los ‘observatorios’ de la sociedad
civil y
movimientos sociales son, por ejemplo, elementos que pueden hacer las funciones
de promover iniciativas y políticas con un consenso amplio, y también hacer un
seguimiento sobre la aplicación concreta de cada política.
El tercer
atasco se puede desbordar con un circuito de planificación participativa.
Está de moda hablar de la participación ciudadana, pero otra cosa es tratar de
ponerla en práctica. Y permitir que las prioridades de la gente desde las
bases, de abajo a arriba, sean las que marquen las políticas y los planes. Hay
un cierto elitismo que muestra desconfianzas y miedos hacia la gente, “a ver
que van a decir”… Quizás porque hay experiencias de una asamblea que fue un
lío, o por disputas entre personalismos, y porque no se conocen los procesos
con las nuevas metodologías superadoras de estos problemas. Y así los electos
suelen estar más preocupados por la ‘opinión publicada’ por los
medios –que les marcan la agenda– antes que por la crítica y las iniciativas de
los movimientos sociales. Entonces sólo nos queda construir sistemas o
circuitos de participación desde abajo, que sean muy activos y creativos para
propiciar los cambios.
La
planificación participativa es algo más que los reglamentos de participación,
que hasta ahora han dado muy escasos resultados. Hay sistemas muy probados y
con muchos años de experiencia para tomar decisiones y construir prioridades
desde colectivos de base: presupuestos participativos, planes integrales o comunitarios
de barrios, consultas, iniciativas legislativas, etc. En paralelo al sistema de
concejales, plenos y Administración, cabe establecer otro circuito de
asociaciones, grupos motores, talleres, asambleas y sistemas de ponderación
para la construcción colaborativa de planificación –en internet y cara a cara–,
de forma que se pueda ver una estructura permanente de canales participativos donde la gente de base pueda encontrar
con facilidad el camino para sus iniciativas. Todas las personas que tengan una
iniciativa o que quieran discutir las existentes han de saber dónde pueden ir a
plantear su propuesta, y comprobar que será tenida en cuenta por una
auto-reglamentación ciudadana, como ya existe en muchos municipios del mundo.
El último
atasco se superaría con un circuito de legitimación
política. Los cargos municipales pueden estar tentados de usar
una seudo-participación como forma de legitimación de las decisiones que ya han
tomado, proponiendo consultas con preguntas muy cerradas. Si no se ha
construido previamente un sistema de participación creíble para los movimientos
y para la gente de abajo, muchas de estas consultas resultan un fracaso. Habrá
poca gente que participe en ellas. Los electos ya tienen el circuito de
legitimación legal con sus votos para la toma de decisiones, y podrían
establecer comparaciones odiosas.
La
participación social no es solamente cosa de números –cuánta gente ha
participado–, sino de la construcción colaborativa de las propuestas y acciones
desde la diversidad de posiciones iniciales.
Es una legitimidad social basada en la calidad de los consensos por encima de
las diferencias iniciales.
Las apuestas
de cambio ya tienen una legitimidad legal por número de votos, pero le vendrá
bien tener también una legitimación sociopolítica por pasar a tomar decisiones
colectivas, con sectores de base y con expertos, que propongan políticas
transformadoras y que superen los conflictos. Aún estamos a tiempo para no cometer los mismos errores que en la primera Transición.
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