viernes, 20 de mayo de 2016

Los Municipios del cambio

Con los ‘municipios del cambio’ llevamos ya meses de gestión y de debates, pero se notan poco sus resultados en la vida cotidiana de la gente. En parte porque los ataques desde los medios tradicionales están siendo muy duros, y en parte porque los nuevos concejales aún están aprendiendo cómo funciona una administración. El día a día de la gestión de una administración casi no permite a los nuevos concejales sacar adelante el programa que creían más fácil de poner en marcha, o dedicar su tiempo a construir con la ciudadanía los apoyos que necesitan para ponerlo en marcha. Pode­mos debatir cómo desbordar los diferentes atascos que se producen.

El primer lugar es necesario construir un circuito de cogestión administrativa. Ante el desconocimiento sobre cómo funciona la administración local, la tentación inicial es pretender saber más que los funcionarios, haciéndose expertos en la legislación, etc. y para eso acudir a cursillos y talleres de sus partidos respectivos, y luego ir conociendo la forma de cocinar la política con los trucos habituales de gestión administrativa. Esto está bien, pues hay que manejar nuevos lenguajes y saber manejar presupuestos, normativas, etc. En la primera Transición del 79 en los municipios ya nos pasó esto y el resultado para muchos municipios fue encerrarse en sí mismos, creando expertos en la gestión municipal, profesionales de la política.

Mucho más interesante parece poder construir –con aquella parte de los funcionarios y técnicos locales más democráticos e innovadores– algún circuito o espacio para la gestión local que encuentre soluciones más avanzadas y desbordantes que las prácticas tradicionales. La democracia interna en una administración se puede construir desde el principio, y es una ayuda inestimable. De­pende de cada municipio, sobre todo después de tantos años de gestiones reaccionarias, pero siempre hay con quien contar, y está la posibilidad de recurrir a asesorías externas. Pero la democracia se puede empezar por dentro de la propia administración.

El segundo atasco se puede desbordar desde un circuito de seguimiento y control. Los aspirantes a políticos cuasi profesionales tienen también la tentación de aplicar sus propias ideas, pues se sienten respaldados por los votos y un programa que se ha elaborado en el partido correspondiente. Las elecciones representativas tienen la virtud de hacer crecer esta deriva elitista, tanto entre los electos como entre parte de la ciudadanía. El protagonismo de los electos se sube a la cabeza con facilidad, el rendir cuentas ante la gente es de las cosas que primero se olvidan. En­cerrados en el día a día de una gestión, no suelen pedir ayudas a colectivos o expertos que puedan abrir las perspectivas, pues creen que su protagonismo no se ha de poner en duda, y sienten que han sido elegidos para dirigir. Pero mejor sería aprender de las experiencias de otros municipios que ya han hecho políticas alternativas, de colectivos que tienen experiencia, de los movimientos sociales, etc.

Los gestores del cambio ¿han de estar al servicio de la gente que tiene luchas y con experiencia, o han de querer ser los protagonistas como vanguardias ellos mismos? Las campañas electorales tan personalistas no ayudan, pero el cambio se supone que consiste en abrir nuevas formas de hacer política, hacia una mayor participación de la colectividad. Los ‘observatorios’ de la sociedad civil y movimientos sociales son, por ejemplo, elementos que pueden hacer las funciones de promover iniciativas y políticas con un consenso amplio, y también hacer un seguimiento sobre la aplicación concreta de cada política.

El tercer atasco se puede desbordar con un circuito de planificación participativa. Está de moda hablar de la participación ciudadana, pero otra cosa es tratar de ponerla en práctica. Y permitir que las prioridades de la gente desde las bases, de abajo a arriba, sean las que marquen las políticas y los planes. Hay un cierto elitismo que muestra desconfianzas y miedos hacia la gente, “a ver que van a decir”… Quizás porque hay experiencias de una asamblea que fue un lío, o por disputas entre personalismos, y porque no se conocen los procesos con las nuevas metodologías superadoras de estos problemas. Y así los electos suelen estar más preocupados por la ‘opinión ­publicada’ por los medios –que les marcan la agenda– antes que por la crítica y las iniciativas de los movimientos sociales. Entonces sólo nos queda construir sistemas o circuitos de participación desde abajo, que sean muy activos y creativos para propiciar los cambios.

La planificación participativa es algo más que los reglamentos de participación, que hasta ahora han dado muy escasos resultados. Hay sistemas muy probados y con muchos años de experiencia para tomar decisiones y construir prioridades desde colectivos de base: presupuestos participativos, planes integrales o co­munitarios de barrios, consultas, iniciativas legislativas, etc. En paralelo al sistema de concejales, plenos y Administración, cabe establecer otro circuito de asociaciones, grupos motores, talleres, asambleas y sistemas de ponderación para la construcción colaborativa de planificación –en internet y cara a cara–, de forma que se pueda ver una estructura permanente de canales participativos donde la gente de base pueda encontrar con facilidad el camino para sus iniciativas. Todas las personas que tengan una iniciativa o que quieran discutir las existentes han de saber dónde pueden ir a plantear su propuesta, y comprobar que será tenida en cuenta por una auto-reglamentación ciudadana, como ya existe en muchos municipios del mundo.

El último atasco se superaría con un circuito de legitimación política. Los cargos municipales pueden estar tentados de usar una seudo-participación como forma de legitimación de las decisiones que ya han tomado, proponiendo consultas con preguntas muy cerradas. Si no se ha construido previamente un sistema de participación creíble para los movimientos y para la gente de abajo, muchas de estas consultas resultan un fracaso. Habrá poca gente que participe en ellas. Los electos ya tienen el circuito de legitimación legal con sus votos para la toma de decisiones, y podrían establecer comparaciones odiosas.

La participación social no es sola­mente cosa de números –cuánta ­gente ha participado–, sino de la construcción colaborativa de las propuestas y acciones desde la diversidad de posiciones iniciales. Es una legitimidad social basada en la calidad de los consensos por encima de las diferencias iniciales.

Las apuestas de cambio ya tienen una legitimidad legal por número de votos, pero le vendrá bien tener también una legitimación sociopolítica por pasar a tomar decisiones colectivas, con sectores de base y con expertos, que propongan políticas transformadoras y que superen los conflictos. Aún estamos a tiempo para no cometer los mismos errores que en la primera Transición.


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