sábado, 5 de agosto de 2017

Metodologías ¿Para qué? ¿Para quién? (1 de 2)

Tomás R. Villasante
Profesor Emérito de la Universidad Complutense y miembro del CIMAS

En la formación y en las propias investigaciones no se suelen considerar estas preguntas de forma explícita y auto-crítica. Y sin embargo nos parecen a algunos que son fundamentales para encuadrar cualquier investigación o cualquier proceso social. El que haya una pretensión de “objetividad” al margen de los actores involucrados en los procesos sociales considerados ¿es posible? El que haya una pretensión de descripción e interpretación al margen de las intencionalidades de las recomendaciones para la acción ¿es posible? En las universidades muchas veces se plantean las investigaciones como si no influyese el promotor (económico, administrativo, etc.) de la misma, como si no influyesen los prejuicios de los propios técnicos en los diseños y en las interpretaciones, y como si con cualquier población diese lo mismo aplicar la metodología, pues se da por supuesto (en la mayoría de los casos) que las poblaciones no tienen sus propias estrategias para dar o no información. Pero para un análisis fino de nuestras propias investigaciones conviene hacerse estas preguntas.
 Tanto en investigaciones de tipo cuantitativo, como en las de tipo cuaitativo, hay unos poderes de decisión que no se discuten. Suelen estar implícitos, y se da por hecho que las cosas deben ser así, sin apenas darnos cuenta de las influencias y sesgos que están causando, precisamente por no hacerlos explícitos. No hay ninguna posibilidad de una investigación neutral, desapasionada, e incluso esto nos parece anticientífico. En todo tipo de ciencias existe la pasión por el conocimiento, y las hipótesis más o menos arriesgadas, etc., son necesarias. Lo que hace científicas sus apuestas es la justificación metodológica para su comprobación, y las deducciones, inducciones, y transducciones que se producen y de las que hay que ser conscientes. Lo peor que nos puede pasar es no ser conscientes de los peligros que encierra no hacerse estas preguntas previas.


Quien se hace las preguntas epistemológicas básicas, ¿para quién?, ¿para qué es todo este proceso?, puede ser consciente de dónde se mete, y puede prever las formas de contrarrestar los efectos potencialmente perjudiciales. Para alcanzar un grado mayor de “objetivización” colocará controles y métodos que le acerquen a una realidad lo más operativa posible. Por eso valoramos mucho las metodologías participativas, porque parten de tener en cuenta a los diferentes actores sociales que tienen intereses en los procesos de investigación o de intervención.
Porque antes de plantearse técnicas de tipo cualitativo o cuantitativo, se planean los problemas previos: ¿quién manda aquí? ¿Cómo se pueden contrarrestar los efectos negativos de los intereses en juego? No es sólo una cuestión de ética o de ideología, es una cuestión metodológica básica la que planteamos.

A) Siempre hay un promotor, un cliente, un empresario, una universidad, una ONG, etc. que es quien marca unos tiempos y unos recursos en los que se encuadra un proceso. Y por ejemplo, una
tesis tiene también un para quién y un para qué, aún cuando parezca que es un producto que el/la director/a de tesis y persona que la realiza la pueden hacer con cierta autonomía. Es para obtener un grado en la academia, pero no solo. Hay unos tiempos que se pueden vincular a una plaza futura de profesor, hay un tema que puede interesar o no a la “comunidad” de profesores que la juzgarán, hay unos objetivos de prestigio de las personas que intervienen, hay una potencial utilidad del diagnóstico y de posibles propuestas que contenga, las personas estudiadas pueden sentirse usadas o no, pero sobre todo lo que se juega es el prestigio académico.

Por eso una tesis es muy distinta de un informe para un Ayuntamiento, o de un trabajo para impulsar una empresa (y depende de qué tipo de emprendimiento se trate), y muy distinto de una estrategia de un movimiento social, por ejemplo. No es tanto que “quién paga manda”, pues aunque hay algo de verdad en esto, siempre hay un margen de maniobra, y estos procesos no son tan mecánicos, como que el jefe, el profesor, o el dirigente político, vayan a decidir lo que se pone en el informe. Pero cuando menos sí que se ve afectado el tiempo de dedicación, que es una cuestión esencial. ¿De qué vive el investigador mientras dura la investigación?¿Cómo marca esto de forma más o menos consciente todo el proceso? Estos son condicionantes que se han de poner a debate y que se han de tener en cuenta, pues no es lo mismo hacer un informe rápido porque hay alguna urgencia que atender, que disponer de financiación para hacer una investigación de varios años.

En el tema de los promotores de una investigación siempre hay una contradicción que resolver entre quién “representa” y quién “sabe”. Un político electo para un cargo, por ejemplo, nos puede representar y manejar un presupuesto económico para dar becas o para encargar un proyecto, pero no tiene porqué saber del tema. Incluso un catedrático puede tener interés en un tema concreto, pero quien acaba por profundizar en él es quien puede dedicarle meses y años a conocerlo a fondo.

El saber es lo que hay que construir en los procesos, y el equilibrio entre quien manda por su jerarquía y quien sabe por el tiempo y dedicación, no es fácil de establecer. La llamada “comunidad científica” no es un todo objetivo, sino una suerte de tendencias en disputa, por lo que quien promueve una investigación puede estar apoyando unas u otras tendencias de “poder” y de “saber”.

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B) Tampoco los/las profesionales, técnicos o experta/os, somos neutrales en nuestros enfoques. Hay varias razones para entender que sin querer podemos estar manejando sesgos en nuestras investigaciones. Por un lado se trata de que nos han enseñado en las universidades a aparentar un conocimiento objetivo sacado de los libros de texto que han servido para nuestros exámenes. Y hemos aprendido que somos más que las otras personas que no pasaron esos exámenes.

Pero la mayoría de nuestro saber suele ser de los libros, que no está mal, pero es claramente insuficiente. Y para afirmar nuestra profesionalidad solemos usar esos términos “científicos” y buscar distinguirnos con afirmaciones rotundas, aunque no estén muy contrastadas con el caso concreto. No nos han enseñado que debemos aprender del saber local de la gente, y una cierta humildad científica, para poder construir conocimientos más verdaderos.

Además, en ciencias sociales la “materia prima” con la que trabajamos son las propias personas y sus relaciones. Es decir, que obligatoriamente debemos partir de lo que dicen y hacen las personas en sus redes cotidianas, y este es un campo muy difícil de objetivar. Porque nosotros también somos personas y establecemos unas relaciones para la comunicación, con lo que los procesos de investigación nunca se pueden separar del resto de las relaciones, es como mirarnos desde dentro (nunca podemos salirnos fuera de las redes sociales, de la sociedad). Esta implicación añade una dificultad a las pretensiones científicas de nuestro conocimiento. Nuestra ciencia tiene que partir de la relatividad de nuestro conocimiento, pero precisa del rigor para orientar el conocimiento de las comunidades y de los grupos implicados.
Por eso los profesionales podemos saber una serie de preguntas que hacernos, y ver que hay otras preguntas interesantes que surgen de los dolores de las personas. Pero las respuestas hemos de construirlas con las personas afectadas, implicadas, desde “sus verdades”, no desde las nuestras. Esto parece una contradicción, pero no lo es si vemos que se trata de un proceso de cierta duración. En el proceso de construcción de la acción y del conocimiento podemos intervenir todos, desde las diferentes posiciones, pero el papel del profesional debe ser sobre todo tener rigor en la metodología. Las preguntas no pueden ser sólo las que están en los libros, las respuestas (que deben ser concretas en cada caso) mucho menos, deben estar abiertas a lo que pida cada situación. Pero para poder llegar a las más acertadas lo que tiene que tener rigor son los pasos a dar, y en esto sí debemos ayudar, pidiendo a las personas que respeten la construcción colectiva y operativa para poder dar resultados satisfactorios a la comunidad.

C) La gente no tiene la razón sin más, y tampoco la gente es una ignorante sin más. Estas afirmaciones nos deslegitiman más a los profesionales que a la propia gente. Para empezar hay muchos tipos de personas, y no es lo mismo quien es un dirigente organizado, que un
grupo de amigos comentando en un bar, o que un grupo de señoras comentando en un parque. Los dirigentes a veces tratan de dar razones que copian de los políticos o de los técnicos, con lo cual se suelen quedar a medio camino de las aportaciones que de verdad podrían hacer a un proceso. Ni suelen ser tan “representativos” como los que recibieron miles de votos, ni pueden dedicarle tanto tiempo y conocimiento como los que están pagados para ello. Sin embargo su papel lo consideramos imprescindible, pues por su dedicación voluntaria saben mostrar los dolores y síntomas de los que partir.

Y esto es muy importante, pues un error de enfoque al principio condiciona toda la investigación. Para el médico es imprescindible que el paciente diga dónde cree que está el dolor que motiva la visita, y que muestre disposición a cambiar la situación. Para las ciencias sociales hay que detectar dónde están los conflictos y saber quiénes son los que están dispuestos a propiciar un cambio. Todos usamos “dobles lenguajes” cuando empezamos un proceso, damos una opinión pero aún no decimos todo lo que llevamos dentro. Incluso porque no sabemos formularlo, o porque lo nombramos de una forma que creemos que todos entienden como nosotros (pero que en realidad cada cual le da una interpretación bien distinta). Algunos dirigentes y algunos voluntarios pueden hacer de interlocutores iniciales, pueden abrir caminos al proceso.

Pero lo más importante es poder llegar a los lenguajes y posturas de los sectores de la población no organizados (que suelen ser cerca del 90%). La confusión de lo que acostumbran decir según las situaciones creadas, suele llevar a engaño de los profesionales y de los políticos, y aún de algunos dirigentes. No bastan técnicas simples de recoger los primeros datos u opiniones si queremos un conocimiento complejo que permita que la transformación de la situación sea real. Para llegar a las posturas y estrategias de estos sectores hace falta un proceso bien diseñado y una cierta experiencia en saber escuchar más allá de lo primero que se dice.

La gente enuncia verdades más triviales o más de peso en función de lo que interpreta de nuestras preguntas. También se preguntan ¿para qué y para quién? de lo que estamos haciendo.

¿PARA QUÉ ESTAS INVESTIGACIONES?

Por estas razones no hacemos cualquier tipo de investigación si queremos ir más allá de las verdades superficiales o triviales, si queremos llegar a diagnósticos capaces de servir para transformar las situaciones problemáticas. Si habitualmente se suele ir a un estudio cuantitativo primero, por la generalidad de los números; y luego se intenta profundizar con un estudio cualitativo, sólo se dejan los aspectos participativos para el final, si es que queda tiempo y ganas. Nosotros lo hacemos al revés: primero planteamos la parte participativa, porque nos da el contexto de las verdaderas preguntas ¿para qué? y ¿para quién?, desde ahí enfocamos todas las técnicas necesarias del proceso. Solemos continuar con profundizaciones cualitativas, para abrirnos a razones más profundas que la gente tiene aunque no se atreva o sepa decirlas. Y luego, si es necesario cuantificar esas posiciones, ya se puede aplicar una encuesta, saber porcentajes, etc.

No nos basta una descripción o interpretación sólo con algunos datos que siempre juzga el profesional. Hacemos “devoluciones creativas” dentro del proceso para que la propia gente implicada sea quien establezca las distinciones, sepa separar las opiniones dominantes (las de la mayoría), de otras emergentes (que pueden ser de minorías, pero capaces de abrir caminos a nuevas mayorías). Lo veremos más adelante, pero esto es muy distinto de que los profesionales se erijan en jueces de la interpretación de los datos o de los relatos. Tenemos experiencia de que la gente encuentra sus propias razones mucho más profundas que quienes les miran aparentemente desde fuera. Y siendo protagonistas de sus propios diagnósticos, aunque los profesionales hayan preparado la metodología, la gente entonces orienta de forma más operativamente el conocimiento.


Estas formas de construcción del conocimiento llevan también a la construcción de la acción.

. A la gente no le interesa tanto una tesis doctoral como resolver sus dolores, aunque no tiene porqué ser incompatibles ambas cosas. Cuando la gente participa en las preguntas iniciales, en dar las opiniones cruzadas y contrapuestas, en las devoluciones y análisis de conjunto, y en una perspectiva de acción, entonces la gente toma posiciones de muy distinta manera que en un censo o en una encuesta, o incluso en una entrevista abierta. Si lo que está en juego es sacar algo productivo, entonces lo operativo de la investigación construye verdades más eficientes. Aparecen posibles alianzas o conjuntos de acción, se encaminan hacia “buenas practicas”, y en suma redundan también en un mayor prestigio del profesional que está al servicio del proceso. No es sólo beneficio para la comunidad, es también beneficio para el conocimiento y para los profesionales.



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